martes, 31 de mayo de 2011

Martes y Treinta y Uno

Tras el desayuno (té con dos de azúcar y una porción de pastel de frutas), el tipo del sombrero rojo se encaramó en la cornisa y miró. Bajo sus pies embutidos en unos gastados italianos, la ciudad hervía con las prisas del último martes de primavera. "Qué suerte tener atalayas desde donde ver más allá", se dijo. Sobre su cabeza (aún descubierta) hebras de nubes lejanas se deslizaban ágiles y pequeñas gotas de agua con sabor a mansedumbre golpeaban los tejados. El cielo plomizo le hizo sumirse en una pequeña disertación consigo mismo acerca de lo inevitable de la vida. Decidido a sacudirse aquella soporífera sensación, dio un brinco y encaminó sus pasos en dirección al cuarto de baño.
Tras dedicar una piadosa oración en forma de píldora azul a la Sante Iglesia de la Química y recurrir al corrector para maquillar el sabor a rutina, descolgó el gastado sombrero del perchero y salió a la calle.
Consagró la mañana a recorrer la ciudad que, más que nunca olía a estancamiento, y bien entrada la tarde se afanó en coleccionar recuerdos.
Cuando el sol se ocultó, se pasó por casa de aquella chica y pasó un buen rato en el sofá. Enredado en su lengua y tras serios problemas con la bragueta, se largó a casa mientras ella le susurraba "calientabragas" una vez se metió en el ascensor.
No ha sido un mal día para ser marte y treinta y uno...

Sonaba: REM, Stand.

domingo, 29 de mayo de 2011

Despertar

El tipo del sombrero rojo se arrellanó en el porche. Estaba un tanto harto de quimeras y fantasmas y las imposibilidades se enroscaban en su pelo como hojas de árboles del pasado.  "De nuevo a la casilla de salida", dijo entre dientes mientras encendía un Lucky. Frente a él, la ciudad brillaba en débiles conatos de apatía y la luna se perfilaba en el horizonte como una puta barata retocándose el maquillaje.
Echo la vista atrás, con cierto aire disimulado e hizo repaso de los caminos no tomados.
"Veamos", se dijo mientras exhalaba una bocanada de humo que se elevó en volutas tersas. Estaba aquella chica, con nombre singular, con la que follaba a la luz de las estrellas, se enredaba en su lengua sobre la dulce hierba y  la ciudad titilaba a sus espaldas. Aquella otra, dueña de ríos y puentes, madre contra natura de ciertos... hmmm... sí, digamos malentendidos garabateados en un billete de avión. Y aquella otra de la que había olvidado el nombre y que resultó ser demasiado poco divertida para ir más allá de un fin de semana en una casita en el campo con vistas al lago... y, ¿cómo olvidar a la dueña de unos ojos tan verdes que mareaba mirarla mientras le cabalgaba entre los espasmos de aquel invierno venido a menos?...
Hmmm... musitó y un interrogante se perdió entre las lineas de una estrofa de Cohen...
¿Las quiso alguna vez? ¿Las deseo más allá de cuerpos y lenguas traicioneras?
No... escupió con saña. De haberlas querido se habría quedado a verlas despertar. Sí, se habría quedado mirando sus espaldas de luna y jade mientras el sol cruzaba de este a oeste al otro lado de todas aquellas habitaciones de hotel  y él entendía que su vida tan solo habría tenido sentido en aquel breve, delicado y denso instante de eternidad.
No. Definitivamente el no sabía amar o cuanto menos, solo sabía hacerlo de un modo tan poco práctico, tan inútil que, a veces, se confundía con una cierta autoestima crecida o alguna clase de subterfugio barato.
"Oh, ya sabes, no se me da bien que me quieras..."


Sonaba: EST - Viaticum